Los mejores Neurocientíficos y magos se reunieron en la Cumbre Mundial de la magia y la neurociencia. Neuromagic 2011, durante cinco días estuvieron compartiendo y analizando los mecanismos cerebrales de la atención desde la perspectiva neurológica basándose en las habilidades manipulativas de los magos. Susana Martínez-Conde y Stephen Macknik, fueron los coordinadores del encuentro y son dos de los prestigiosos expertos del mundo en el estudio del nexo
entre realidad e ilusión
Muchos de los ilusionistas que participaron han desvelado sus secretos en relación con los trucos visuales que utilizan, con el fin de poner a disposición de los neurocientíficos sus conocimientos. Material que, como indicaba Susana Martínez-Conde, neurocientífica es de un enorme valor para avanzar en el estudio de los mecanismos de la atención y su aplicación en trastornos de aprendizaje o procesos de deterioro cognitivo provocados por enfermedades como el Alzheimer.
El encuentro NeuroMagic 2011: Los engaños de la mente, es el primero que se organiza en el marco del convenio de colaboración suscrito por la Neural Correlate Society y la Fundación Isla de San Simón. PULSAR LEER NOTICIA COMPLETA
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Sabemos que nos van a engañar, sabemos que vamos a caer en sus manos, incluso podemos conocer el truco... pero los buenos magos siempre nos fascinan. El arte para mostrarnos una realidad imposible nos seduce y, en los últimos años, ha ayudado a los científicos a conocer más sobre las limitaciones del cerebro humano, sobre los mecanismos neuronales de la atención y sobre lo fácil que es distraernos. Susana Martínez-Conde, neurocientífica y directora del Laboratorio de Neurociencia Visual del Instituto Neurológico Barrows, en Phoenix (Arizona), nos cuenta hoy sus investigaciones con magos e ilusionistas que
le han llevado a descubrir sus secretos para manipular la conciencia.
13 jun 2010
Es la realidad una interpretación de la mente ??
La Danza de las esferas, no es magia solo es Física
Vídeo educativo de la Universidad de Harvard son 15 péndulos alineados en diferentes longitudes realizando una coreografía sencillamente asombrosa.
Se trata simplemente de ajustar el número de oscilaciones que realiza cada péndulo en el mismo período y para ello se modifica la longitud de cada cuerda. El más largo realiza 51 oscilaciones en un periodo de 60 segundos y la longitud de los siguientes péndulos se ha ajustado para que realicen una oscilación adicional en cada período, de modo que el último realiza 65 oscilaciones. Después, basta con soltarlos todos a la vez y esperar a que empiece el espectáculo, al final, el proceso empieza de nuevo.
Se trata simplemente de ajustar el número de oscilaciones que realiza cada péndulo en el mismo período y para ello se modifica la longitud de cada cuerda. El más largo realiza 51 oscilaciones en un periodo de 60 segundos y la longitud de los siguientes péndulos se ha ajustado para que realicen una oscilación adicional en cada período, de modo que el último realiza 65 oscilaciones. Después, basta con soltarlos todos a la vez y esperar a que empiece el espectáculo, al final, el proceso empieza de nuevo.
Más detalles en: Pendulum Waves (Harvard Natural Sciences Lecture Demonstrations)
Y aquí un libro interesante para que conectes con tu mago interior
Una interesante pelicula para despertar al Artesano y Mago interior
Artesanos Película Completa from Artesanos33 on Vimeo.
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Los engaños de la mente (entrevista a Susana Martínez-Conde)
Según la tercera ley de Clarke, cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistiguíble de la magia. Durante la Segunda Guerra Mundial, los habitantes de Nueva Guinea y otras islas de Melanesia y Micronesia, que aún vivían en sociedades tribales, asistieron asombrados a un fenómeno por completo sorprendente: los japoneses y los americanos que pasaban por sus dominios lo hacían “cargados” de toda clase de bienes. Llegaban por aire y por mar, con sus aviones y barcos mágicos. Acabada la contienda los suministros dejaron de llegar a las islas, y algunas tribus desarrollaron un culto, conocido como “Cargo”. Esta creencia se dotó rápidamente de sus rituales: los indígenas se pusieron manos a la obra y construyeron simulaciones en madera de los aeropuertos y puertos de los ya ausentes suministradores, creyendo que el “cargo” (cargamento, en inglés), llegaría traído por sus antepasados. Para los habitantes de estas islas del Pacífico la tecnología del siglo XX era, sencillamente, indistinguible de la magia. Y la magia, inexplicable en sus términos, de los aviones y barcos repletos de bienes, dio origen a un culto religioso.
Mucho tiempo antes fueron los Aztecas, cuya civilización estaba bastante más avanzada que la de los isleños del Pacífico, los no obstante sorprendidos por los ingenios del europeo del siglo XVI. Hernán Cortés desembarcó en México con apenas 200 hombres, pero con algo que haría de él una especie de Dios a los ojos de los Aztecas: caballos (un animal inexistente entonces allí, indistinguible de un ser mitológico) y armas de fuego. Una vez más la sofisticación tecnológica -con el añadido de la biológica- fueron consideradas magia, y suscitaron gran temor y devoción: los suficientes para poner a un Gran Imperio a los pies de una partida de aventureros.
Mágico es aquello que parece desafiar las leyes naturales. Como buscadores incansables de causas, si no podemos explicar los efectos que produce algo o alguien por su diseño, en el primer caso, o por los comportamientos que despliega, en el segundo, atribuimos estos efectos a un poder de carácter sobrenatural.
En los orígenes de la humanidad muy probablemente magia, ciencia y religión estuvieran unidas todas ellas, y las tribus, casi desde el momento en que tuvieron líderes, tendrían que separar a Dios del César, al guerrero del sacerdote, y admitir dos reinos diferentes con dos representantes diferentes: el jefe militar y político y el chamán o líder espiritual, a cuyo “cargo” estarían los asuntos que escapasen a la comprensión del hombre del momento.
La magia como ilusionismo, es decir, como un conjunto de prácticas encaminadas deliberadamente a generar en quienes las presenciasen la sorpresa de la aparente suspensión de las leyes naturales, surgió mucho después, una vez la civilización había alcanzado un estadio de desarrollo tecnológico tal que cualquier miembro de la sociedad fuera plenamente consciente de que las herramientas y procedimientos de uso y realización corriente no tenían nada de mágico, sino que eran perfectamente explicables, al menos por su diseñador, un humano, a fin de cuentas, en casi todos los sentidos como otro cualquiera, aún gozando del elevado estatus de inventor o científico.
Desde que magia y religión se separaron plenamente en las consciencias de las personas y emergió el puro espectáculo del ilusionismo, la ciencia se posicionó como el motor del desarrollo humano y la fuente de acceso más fiable al conocimiento de la naturaleza, rebajándose todo lo presuntamente sobrenatural, en la medida de lo posible, a sus causas naturales, con las debida inducciones y deducciones, reiteradas experimentaciones y comprobaciones. Ya nada humano parecía sernos ajeno….¿o no? Realmente el exponencial avance de la ciencia en la explicación del cosmos, y su conflicto siempre latente y en ocasiones candente con la religión, cuyas explicaciones sobrenaturales son puestas en entredicho por el conocimiento científico, constituyen una de las claves fundamentales para comprender la sociedad contemporánea y el modo en que las personas interpretamos y juzgamos el mundo y, consecuentemente, nos comportamos en él. La cándida causalidad que dio origen a cultos como el del Cargo sigue presente en nuestras mentes, pero a través de la enculturación y la educación terminamos por comprender que toda la complejidad artificial que nos rodea no es mágica. Y cuando vamos a ver a un mago actuar, sabemos de antemano que nos va a engañar, aunque nuestra mente sea incapaz de discernir dónde reside la fuente del engaño. Es, todavía, de hecho, incapaz de discernirse a sí misma. Nuestra consciencia permanece oculta dentro de la caja negra de nuestro cráneo, resistiendo de momento las tentativas científicas de su comprensión íntima, esa a la que solo podemos acceder en primera persona. Lo más humano de todo, que está en el mismo centro de todo cosmos, pues todo cosmos es necesariamente subjetivo, haya algo ahí fuera o no, nos sigue siendo por tanto por completo ajeno. Pero las ilusiones, esas que tan bien dominan los actuales magos, ahora llamados ilusionistas, podrían ser un camino para penetrar el misterio.
Comenzando con el estudio de las ilusiones visuales en Harvard bajo la tutela del Nobel David Hubel (verdaderamente un gigante sobre cuyos hombros subirse), la coruñesa Susana Martínez-Conde conoció al americano Stephen L. Macknik, y se estableció una conexión mágica entre ambos que les ha conducido a formar, con el tiempo, uno de esos tandems científicos capaces de revolucionar la ciencia. Son además de pareja científica, pareja afectiva, lo que constituye una singularidad que también pudimos observar en este blog hace unos años, entre dos neurocientíficos del University College de Londres.
Susana y Stephen son los directores respectivos de los laboratorios de Neurociencia Visual y Neurofisiología del Comportamiento del Instituto Barrow, de Arizona. Esta institución es conocida por ser el centro médico donde más operaciones de neurocirujía se practican. Pero al trabajo médico le acompaña la investigación puntera. De la Profesora Martínez Conde quedan “impresas en nuestras retinas” las imágenes de sus experimentos con los movimientos oculares, aquellos apenas perceptibles conocidos como movimientos sacádicos y otros aún más imperceptibles que han merecido un prefijo que los nomina como microsacádicos. No son movimientos voluntarios, en el sentido de que no obedecen a nuestra voluntad consciente de mirar a parte alguna. Los movimientos oculares de esta índole pueden paralizarse, con mecanismos sofisticados. La Profesora Martínez Conde comprobó que la paralización de estos movimientos suponía la ceguera para todo aquello que no se moviera dentro de nuestro campo visual. Al mover los ojos creamos, por tanto, en alto grado, la realidad visible.
Tanto énfasis puesto en la vista, los movimientos oculares que nos hacen ver y, dentro de ellos aquellos que son conscientes, y que por tanto forman parte de ese foco luminoso llamado “atención”, de aquellos que no lo son, condujo a intentar comprender las ilusiones visuales desde una nueva óptica: la del ilusionismo.
Según la tercera ley de Clarke, cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistiguíble de la magia. Durante la Segunda Guerra Mundial, los habitantes de Nueva Guinea y otras islas de Melanesia y Micronesia, que aún vivían en sociedades tribales, asistieron asombrados a un fenómeno por completo sorprendente: los japoneses y los americanos que pasaban por sus dominios lo hacían “cargados” de toda clase de bienes. Llegaban por aire y por mar, con sus aviones y barcos mágicos. Acabada la contienda los suministros dejaron de llegar a las islas, y algunas tribus desarrollaron un culto, conocido como “Cargo”. Esta creencia se dotó rápidamente de sus rituales: los indígenas se pusieron manos a la obra y construyeron simulaciones en madera de los aeropuertos y puertos de los ya ausentes suministradores, creyendo que el “cargo” (cargamento, en inglés), llegaría traído por sus antepasados. Para los habitantes de estas islas del Pacífico la tecnología del siglo XX era, sencillamente, indistinguible de la magia. Y la magia, inexplicable en sus términos, de los aviones y barcos repletos de bienes, dio origen a un culto religioso.
Mucho tiempo antes fueron los Aztecas, cuya civilización estaba bastante más avanzada que la de los isleños del Pacífico, los no obstante sorprendidos por los ingenios del europeo del siglo XVI. Hernán Cortés desembarcó en México con apenas 200 hombres, pero con algo que haría de él una especie de Dios a los ojos de los Aztecas: caballos (un animal inexistente entonces allí, indistinguible de un ser mitológico) y armas de fuego. Una vez más la sofisticación tecnológica -con el añadido de la biológica- fueron consideradas magia, y suscitaron gran temor y devoción: los suficientes para poner a un Gran Imperio a los pies de una partida de aventureros.
Mágico es aquello que parece desafiar las leyes naturales. Como buscadores incansables de causas, si no podemos explicar los efectos que produce algo o alguien por su diseño, en el primer caso, o por los comportamientos que despliega, en el segundo, atribuimos estos efectos a un poder de carácter sobrenatural.
En los orígenes de la humanidad muy probablemente magia, ciencia y religión estuvieran unidas todas ellas, y las tribus, casi desde el momento en que tuvieron líderes, tendrían que separar a Dios del César, al guerrero del sacerdote, y admitir dos reinos diferentes con dos representantes diferentes: el jefe militar y político y el chamán o líder espiritual, a cuyo “cargo” estarían los asuntos que escapasen a la comprensión del hombre del momento.
La magia como ilusionismo, es decir, como un conjunto de prácticas encaminadas deliberadamente a generar en quienes las presenciasen la sorpresa de la aparente suspensión de las leyes naturales, surgió mucho después, una vez la civilización había alcanzado un estadio de desarrollo tecnológico tal que cualquier miembro de la sociedad fuera plenamente consciente de que las herramientas y procedimientos de uso y realización corriente no tenían nada de mágico, sino que eran perfectamente explicables, al menos por su diseñador, un humano, a fin de cuentas, en casi todos los sentidos como otro cualquiera, aún gozando del elevado estatus de inventor o científico.
Desde que magia y religión se separaron plenamente en las consciencias de las personas y emergió el puro espectáculo del ilusionismo, la ciencia se posicionó como el motor del desarrollo humano y la fuente de acceso más fiable al conocimiento de la naturaleza, rebajándose todo lo presuntamente sobrenatural, en la medida de lo posible, a sus causas naturales, con las debida inducciones y deducciones, reiteradas experimentaciones y comprobaciones. Ya nada humano parecía sernos ajeno….¿o no? Realmente el exponencial avance de la ciencia en la explicación del cosmos, y su conflicto siempre latente y en ocasiones candente con la religión, cuyas explicaciones sobrenaturales son puestas en entredicho por el conocimiento científico, constituyen una de las claves fundamentales para comprender la sociedad contemporánea y el modo en que las personas interpretamos y juzgamos el mundo y, consecuentemente, nos comportamos en él. La cándida causalidad que dio origen a cultos como el del Cargo sigue presente en nuestras mentes, pero a través de la enculturación y la educación terminamos por comprender que toda la complejidad artificial que nos rodea no es mágica. Y cuando vamos a ver a un mago actuar, sabemos de antemano que nos va a engañar, aunque nuestra mente sea incapaz de discernir dónde reside la fuente del engaño. Es, todavía, de hecho, incapaz de discernirse a sí misma. Nuestra consciencia permanece oculta dentro de la caja negra de nuestro cráneo, resistiendo de momento las tentativas científicas de su comprensión íntima, esa a la que solo podemos acceder en primera persona. Lo más humano de todo, que está en el mismo centro de todo cosmos, pues todo cosmos es necesariamente subjetivo, haya algo ahí fuera o no, nos sigue siendo por tanto por completo ajeno. Pero las ilusiones, esas que tan bien dominan los actuales magos, ahora llamados ilusionistas, podrían ser un camino para penetrar el misterio.
Comenzando con el estudio de las ilusiones visuales en Harvard bajo la tutela del Nobel David Hubel (verdaderamente un gigante sobre cuyos hombros subirse), la coruñesa Susana Martínez-Conde conoció al americano Stephen L. Macknik, y se estableció una conexión mágica entre ambos que les ha conducido a formar, con el tiempo, uno de esos tandems científicos capaces de revolucionar la ciencia. Son además de pareja científica, pareja afectiva, lo que constituye una singularidad que también pudimos observar en este blog hace unos años, entre dos neurocientíficos del University College de Londres.
Susana y Stephen son los directores respectivos de los laboratorios de Neurociencia Visual y Neurofisiología del Comportamiento del Instituto Barrow, de Arizona. Esta institución es conocida por ser el centro médico donde más operaciones de neurocirujía se practican. Pero al trabajo médico le acompaña la investigación puntera. De la Profesora Martínez Conde quedan “impresas en nuestras retinas” las imágenes de sus experimentos con los movimientos oculares, aquellos apenas perceptibles conocidos como movimientos sacádicos y otros aún más imperceptibles que han merecido un prefijo que los nomina como microsacádicos. No son movimientos voluntarios, en el sentido de que no obedecen a nuestra voluntad consciente de mirar a parte alguna. Los movimientos oculares de esta índole pueden paralizarse, con mecanismos sofisticados. La Profesora Martínez Conde comprobó que la paralización de estos movimientos suponía la ceguera para todo aquello que no se moviera dentro de nuestro campo visual. Al mover los ojos creamos, por tanto, en alto grado, la realidad visible.
Tanto énfasis puesto en la vista, los movimientos oculares que nos hacen ver y, dentro de ellos aquellos que son conscientes, y que por tanto forman parte de ese foco luminoso llamado “atención”, de aquellos que no lo son, condujo a intentar comprender las ilusiones visuales desde una nueva óptica: la del ilusionismo.