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Más allá del grito
POR MARINA VALERO Y GREGORIO DEL ROSARIO
A veces reaccionamos como un toro bravo cuando somos incapaces de lograr nuestro objetivo o estamos sometidos a mucha tensión. Dar un portazo o increpar al otro nos permite canalizar una emoción fuera de control, pero ¿qué hay detrás del grito? Viaja con nosotros al epicentro de la ira
Basta con presionar una tecla para que una persona explote. ¿Cuál? El botón de la frustración. Metas fuera de nuestro alcance, sueños rotos, inconformismo, estrés… “La ira es una emoción primaria para la supervivencia, adaptativa a las situaciones que vivimos”, explica el psicólogo clínico Juan Cruz.
No importa tanto lo que está pasando, sino cómo reaccionamos ante lo que está pasando. “Una persona que canaliza mal su ira cierra la puerta con violencia, llega a casa y paga su malestar con sus hijos o reprime su cabreo hasta que alguien le roza el coche”, indica el psicoterapeuta Luis Muiño.
Hay varios factores externos que favorecen la ira. “Las emociones son contagiosas. Cuando hay problemas laborales, pérdidas, enfermedades y violencia social, surgen momentos de gran irritación e impaciencia. Hay que aprender a modular la respuesta”, apunta Cruz.
Efecto espejo
La ira también es fruto del aprendizaje. “Si alguien de tu familia suele responder con ira, estás imitando la conducta que has visto. No te han proporcionado recursos para pensar, parar y relajarte”, indica el psicólogo. La educación es vital para aprender a gestionar emociones.
Si hay falta de habilidades sociales, el problema se complica. “Cuando una persona tiene dificultades para poner palabras a lo que siente, chilla porque no sabe expresar su malestar de otra manera”. La impotencia es su freno y el grito, su arma. Otras personas se refugian en el silencio.
“Vivimos en la cultura de la autocontención, donde la ira se manifiesta en forma de cinismo verbal o conversaciones agresivas”, añade Muiño. La violencia física ya no es tan habitual como en otras épocas, pero sigue estando presente en algunas situaciones. Una actitud muy agresiva puede desembocar en maltrato físico.
Los ataques de ira son destructivos y se dan en personas irascibles, incapaces de controlar su rabia. “Suelen ser autoritarias y ambiciosas, a veces tienen baja autoestima y poca tolerancia a la frustración”, señala Cruz.
“Entienden todo como un ataque personal y no saben ponerse en el lugar del otro. No aceptan los errores propios ni los de los demás”.
Furia bajo control
Tenemos una necesidad física y emocional de canalizar nuestra ira. Hay quien recurre al fútbol para liberar tensiones. “Un penalti en el último minuto puede generar ira, pero algunas personas ya traen la rabia de casa porque no consiguen trabajo y lo manifiestan en las gradas”, explica Muiño.
No obstante, el fútbol es un generador de ira per se. “Mi equipo forma parte de mi identidad, me siento identificado con él”. Lo mismo ocurre con la política o los artistas. Por ejemplo, ¿qué podría pasar si alguien se mete con una estrella del pop en público? Lo más probable es que sus fans reaccionen. “Son temas viscerales. No hay posibilidad de convencer al otro”, matiza Muiño.
El psicoterapeuta aconseja practicar deportes como el boxeo para encauzar la adrenalina fruto de la ira. ¿Otras técnicas de desahogo? “Escuchar música de mala baba o mantener una conversación cínica con un amigo cañero que no intente templarte, porque si no sales más cabreado”.
Luces y sombras
Llevar la ira por el camino incorrecto puede acarrear problemas:
- Culpa y arrepentimiento.
- Pérdida de autoestima.
- Problemas sociales. “Muchas personas no saben cómo comunicar su malestar”, insiste Cruz.
- Consecuencias muy negativas para la vida propia y ajena: Deterioro de las relaciones personales, depresión o incluso daño físico y penas de prisión.
- Trastorno Explosivo Intermitente (TEI). Cruz se basa en los datos de la Asociación Americana de Psiquiatría: “Si una persona tiene tres episodios que comprendan el asalto físico o la destrucción de propiedades a lo largo de un año, hablamos de dicho trastorno”.
No obstante, “tendemos a demonizar la ira como si estar cabreado fuera algo malo en sí”, lamenta Muiño. Esta emoción bien canalizada tiene sus ventajas:
- Romper con situaciones que no nos convienen. “Gracias a la ira has dejado una relación tóxica o has dado un golpe en la mesa de tu jefe y te has ido. Se acabó”, matiza Muiño.
- Corregir conductas equivocadas. “Puede promover la justicia social”, afirma Cruz. Un buen ejemplo son las protestas ciudadanas.
- Trabajar la paciencia. Controlar los impulsos agresivos es el mejor entrenamiento.
“La ira es como una cerilla: Si la coloco bien, hago un guiso maravilloso. Si la coloco mal, puedo provocar un incendio terrorífico”, explica Cruz.
Tómatelo con calma
¿Y cómo podemos evitar que la chispa genere el incendio? Identificar es el primer paso. “Detectamos cómo aumenta la temperatura y el ritmo cardíaco, cómo nos empezamos a poner rojos”. Para, piensa y respira. Y sobre todo no anticipes acontecimientos.
“Muchas veces nos enfadamos antes de tiempo. En lugar de evitar el conflicto, nos lanzamos a él de cabeza, como un toro bravo”. Cruz sugiere valorar la importancia del hecho. ¿Vale la pena hacer una montaña de un granito de arena? “Debemos reaccionar de una manera proporcional a la situación y no actuar bajo los efectos de la ira”.
Por último, hay que perdonar y perdonarse no por lo que se dice, sino por cómo se dice. “Es un acto de humildad: no soy perfecto”, apunta Cruz. “Es imposible extirparse el hipotálamo, así que acepta tu ira y comprométete con ella. Va a ser tu amiga siempre”, concluye Muiño.
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